casa índigo

“Tenía un cuaderno escrito de manera pasional en un cajón.

Sentí mucho temor y resistencia iniciales a abrir y modificar el texto, lo quería tal cual había surgido, como la expresión real de mis emociones ante el duelo. Pero las propuestas de las chicas eran bellas y tenían sentido, le daban más coherencia a la voz y su viaje, por lo que despacio, me lancé a recortar, cambiar y ampliar los poemas. En ese camino de afrontamiento de mi propio texto y encontrando muchos más matices e imágenes.

Carla y Marina realizaron una labor editorial cuidadosa y muy bien engarzada entre las dos. El texto quedó totalmente transformado.

Me siento más preparada para que mi escritura pueda llegar a ser pública. Y sobre todo siento que el viaje de la voz de este poemario ha llegado al final y que en este proceso ya no es tan mía. Es como si mi escritura se hubiese transformado en una flor externa que ahora tendrá su propio camino”

Gabriela

“Me trajo al Semillero la necesidad urgente de honrar un proceso de escritura al que necesitaba darle forma.

No sabía qué hacer con el proyecto. Me sentía nerviosa porque era bastante íntimo y quería plasmarlo de una manera bonita.

En el proceso con vosotras aprendí que no hay que justificarse en la escritura. Adquirí las herramientas para ver qué cosas están dichas y sobran, cuáles no están dichas y son necesarias. Aprendí a acercarme al texto como si fuese un juego.

Entendí que también soy la escritora, no sólo la mujer que escribía su diario.

Me siento muy feliz con respecto al texto y me siento capaz de escribir mucho más que este libro.”

Ana

“Llegué con un manuscrito al que ni siquiera consideraba como tal. Era un conjunto de poemas que llevaban años en el cajón y que no me atrevía a mirar de frente.

En el Semillero aprendí que la corrección de un poema es algo que implica desprenderse de parte de ese poema y que en ese desprendimiento, surgen los versos que brillan.

Es un proceso de mucha atención y trabajo. Recorté y lloré lo que se quedaba fuera. Me sentí muy vulnerable y tranquila cuando el texto estuvo terminado.

Ahora me siento mucho más fuerte y valiente para enfrentarme sola a lo que escribo y poder hacer todas esas lecturas y relecturas sin miedo.”

Conchi

“El semillero llegó a mí en un momento en el que el objeto técnico —las manos— y el objeto sentimental con el mental estaban desencontrados. Estaba uno o el otro, pero juntos no podían lograr un poema que fuera escrito y a la vez amado.

Pude conectar con estas dicotomías y aprendí a confiar en las desconexiones y en las conexiones posteriores. También aprendí a dar un paso al costado para que todo lo que sucedía en mí sucediese por sí solo. El yo exhibicionista que quiere que lo vean pasó a ser el yo que hace las tareas de la poesía porque quiere hacerlas.

Una vez terminado el proceso me siento liberada porque me siento completa en todos los desencuentros que pueda haber entre las partes de mí misma. ”

Romina

“Sigo el trabajo de Casa Índigo hace muchos años y cuando vi que acompañan a autoras a hacer realidad sus libros me quedó resonando. Y cuando tuve el manuscrito, escrito de una forma catártica, me inscribí al Semillero para mantenerme cerca de la escritura.

Tenía un conjunto de escritos sin forma, no sabía qué sentido darles, no le veía el cuerpo al libro.

Aprendí el desapego con mis escritos personales para hacer literatura. También entendí que podía escribir mejor, sacando accesorios, dejando lo esencial, depurando el poema.

Estoy agradecida por el proceso vivido. Me siento con ganas de aprender mucho más, como si hubiese descubierto algo que me encantaría seguir procesando. Quiero seguir cerca de ustedes porque me conecto con esa escritura profunda y personal que quiero seguir indagando.

Mi escritura es más sutil, estoy entrando en una etapa más madura de mi escritura. ”

Ximena